Mañana los cines Renoir estrenan la nueva película que durante un mes ofrecen en versión original subtitulada durante todos los jueves. Así, en octubre podrá verse la coproducción entre Italia, Alemania y Suiza, Le quattro volte (2010), de Michelangelo Frammartino, estrenada el pasado 19 de agosto (no en Zaragoza). El filme se presentó en España en la sección Zabaltegi del Festival de San Sebastián de 2010.
Su director, Michelangelo Frammartino (Milán, Lombardia, Italia, 1968) se matriculó en 1991 en la Facultad de Arquitectura del Politécnico de Milán, donde maduró su interés por la relación entre los espacios concretos y construidos de la vivienda y la presencia de la imagen, ya sea fotográfica, cinematográfica o de vídeo. Siguió profundizando la dimensión de lo visual en la Civica Scuola del Cinema de Milán en la que fue admitido en 1994, años en los que descubrió un ámbito de investigación especialmente rico: el campo de las videoinstalaciones, especialmente en la versión experimentada por Studio Azzurro. En los años de formación, alternó trabajos que de forma tradicional se orientaban al cine (una serie de cortometrajes de producción propia), a trabajos dirigidos de forma más específica a las artes visuales (escenografías para películas, videoclips y películas independientes, videoinstalaciones), a actuaciones en el campo de la formación (cursos en las escuelas primarias y secundarias, promovidas por cooperativas de educadores con el objetivo de modificar la relación de los más jóvenes con la imagen televisiva; los cursos llevaron a la realización de algunas instalaciones interactivas de circuito cerrado, proyectadas en vídeo en 1997 en la primera edición de Generazione Media, Palacio de Exposiciones de Milán). En 1997 se graduó en dirección en la Civica Scuola del Cinema y continuó de forma autónoma su propio recorrido de experimentación sobre la imagen, sobre todo acercándose al cine y gestionando durante dos años, de 2000 a 2002, un estudio de producción cinematográfica y vídeo en colaboración con dos socios. Desde 2005, imparte clases de dirección cinematográfica en la Università degli Studi de Bergamo. Su filmografía incluye Il dono (2003), así como los cortos Tracce (1995), L'occhio e lo spirito (2001), Scappa Valentina (2001) y Io non posso entrare (2002).
Según el director “la película que va eliminando elementos: empieza de forma tradicional, centrándose en el hombre, pero luego, poco a poco va desplazando el centro de atención hacia todo lo que le rodea, y que normalmente no es más que un fondo, hasta privar al espectador de todos los puntos de referencia. Obviamente, esta pérdida progresiva de protagonista encerraría también un descubrimiento, el descubrimiento de una dignidad par entre lo humano y los demás reinos. Calabria, antes que una tierra de arcaica fascinación, en la que se siguen conservando una serie de oficios ancestrales como el de carbonero, que trabaja con ríos, formas y materias que se remontan a los orígenes del tiempo, y es el lugar en que la sabiduría popular, con una marcada influencia de la escuela pitagórica, me ha hecho ver más allá de las cosas, enseñándome a pensar constantemente en la supervivencia de algo que transita de una envoltura a otra. En esta tierra es donde he aprendido a redimensionar el papel del hombre, o al menos a apartar la mirada de él: ¿podrá liberarse el cine de la tiranía de lo humano, que es un privilegio pero también una condena a la soledad? La película intenta dar impulso a este recorrido de liberación de la mirada, incitando al espectador a que encuentre el nexo oculto que anima todo aquello que nos rodea. También para mí este nexo ha sido algo que hay que redescubrir a través del cine, instrumento que creo que tiene el poder de destacar el vínculo que une toda la materia viva. Cuando veo una película, siempre tengo la sensación de que en ella se ha fijado algo que va mucho más allá de lo que se ha captado, como si la imagen fuera una forma de acceso a lo invisible, la única que hasta ahora he sabido experimentar”.
La idea del título procede de un texto que algunos estudiosos atribuyen a Pitágoras y es un recorrido de conocimiento pero sobre todo de interconexión: “me interesan el punto de partida y el de llegada, pero sobre todo trabajo en los pasajes entre los distintos estados o etapas”.
Sinopsis: Un pueblo calabrés encaramado en unas altas colinas desde las cuales se divisa a lo lejos el mar Jónico, un lugar donde el tiempo parece haberse detenido, donde las piedras tienen el poder de cambiar los acontecimientos y las cabras se detienen a contemplar el cielo. Aquí pasa sus últimos días un viejo pastor. Está enfermo, y cree que ha encontrado el medicamento adecuado en el polvo del pavimento de la iglesia y que toma cada noche disuelto en agua. En la superficie de tierra negra de una majada, una cabra pare un chivo blanco. Las molestias del nacimiento duran sólo unos instantes: sus ojos se abren enseguida, las patas le sujetan ya el peso del cuerpo. La pantalla se llena de esta nueva presencia. El chivo crece, se fortalece, empieza a jugar. El día antes de su primera salida, sin darse cuenta, se queda retrasado respecto al resto del rebaño y se pierde entre la vegetación hasta que, agotado, se deja caer a los pies de un majestuoso abeto blanco. El gran árbol oscila en la brisa de la montaña. El tiempo pasa, las estaciones cambian deprisa, y el gran abeto también. El rumor de su follaje colma el silencio. De improviso, se oye un sonido mecánico. El abeto yace en el suelo. Ha sido mutilado, reducido a su esqueleto: su madera blanca es transformada en carbón a través de la labor tradicional de los carboneros del lugar. La mirada se pierde en el humo de las cenizas.
Le quattro volte podrá verse en los Cines Renoir (C/ Luis Bermejo, s/n), durante los jueves de octubre, en sesiones de 16:15, 18:15, 20:15 y 22:15 horas y a precio reducido (4,50 Euros la entrada normal y 3 Euros para los socios del Club Renoir).
Su director, Michelangelo Frammartino (Milán, Lombardia, Italia, 1968) se matriculó en 1991 en la Facultad de Arquitectura del Politécnico de Milán, donde maduró su interés por la relación entre los espacios concretos y construidos de la vivienda y la presencia de la imagen, ya sea fotográfica, cinematográfica o de vídeo. Siguió profundizando la dimensión de lo visual en la Civica Scuola del Cinema de Milán en la que fue admitido en 1994, años en los que descubrió un ámbito de investigación especialmente rico: el campo de las videoinstalaciones, especialmente en la versión experimentada por Studio Azzurro. En los años de formación, alternó trabajos que de forma tradicional se orientaban al cine (una serie de cortometrajes de producción propia), a trabajos dirigidos de forma más específica a las artes visuales (escenografías para películas, videoclips y películas independientes, videoinstalaciones), a actuaciones en el campo de la formación (cursos en las escuelas primarias y secundarias, promovidas por cooperativas de educadores con el objetivo de modificar la relación de los más jóvenes con la imagen televisiva; los cursos llevaron a la realización de algunas instalaciones interactivas de circuito cerrado, proyectadas en vídeo en 1997 en la primera edición de Generazione Media, Palacio de Exposiciones de Milán). En 1997 se graduó en dirección en la Civica Scuola del Cinema y continuó de forma autónoma su propio recorrido de experimentación sobre la imagen, sobre todo acercándose al cine y gestionando durante dos años, de 2000 a 2002, un estudio de producción cinematográfica y vídeo en colaboración con dos socios. Desde 2005, imparte clases de dirección cinematográfica en la Università degli Studi de Bergamo. Su filmografía incluye Il dono (2003), así como los cortos Tracce (1995), L'occhio e lo spirito (2001), Scappa Valentina (2001) y Io non posso entrare (2002).
Según el director “la película que va eliminando elementos: empieza de forma tradicional, centrándose en el hombre, pero luego, poco a poco va desplazando el centro de atención hacia todo lo que le rodea, y que normalmente no es más que un fondo, hasta privar al espectador de todos los puntos de referencia. Obviamente, esta pérdida progresiva de protagonista encerraría también un descubrimiento, el descubrimiento de una dignidad par entre lo humano y los demás reinos. Calabria, antes que una tierra de arcaica fascinación, en la que se siguen conservando una serie de oficios ancestrales como el de carbonero, que trabaja con ríos, formas y materias que se remontan a los orígenes del tiempo, y es el lugar en que la sabiduría popular, con una marcada influencia de la escuela pitagórica, me ha hecho ver más allá de las cosas, enseñándome a pensar constantemente en la supervivencia de algo que transita de una envoltura a otra. En esta tierra es donde he aprendido a redimensionar el papel del hombre, o al menos a apartar la mirada de él: ¿podrá liberarse el cine de la tiranía de lo humano, que es un privilegio pero también una condena a la soledad? La película intenta dar impulso a este recorrido de liberación de la mirada, incitando al espectador a que encuentre el nexo oculto que anima todo aquello que nos rodea. También para mí este nexo ha sido algo que hay que redescubrir a través del cine, instrumento que creo que tiene el poder de destacar el vínculo que une toda la materia viva. Cuando veo una película, siempre tengo la sensación de que en ella se ha fijado algo que va mucho más allá de lo que se ha captado, como si la imagen fuera una forma de acceso a lo invisible, la única que hasta ahora he sabido experimentar”.
La idea del título procede de un texto que algunos estudiosos atribuyen a Pitágoras y es un recorrido de conocimiento pero sobre todo de interconexión: “me interesan el punto de partida y el de llegada, pero sobre todo trabajo en los pasajes entre los distintos estados o etapas”.
Sinopsis: Un pueblo calabrés encaramado en unas altas colinas desde las cuales se divisa a lo lejos el mar Jónico, un lugar donde el tiempo parece haberse detenido, donde las piedras tienen el poder de cambiar los acontecimientos y las cabras se detienen a contemplar el cielo. Aquí pasa sus últimos días un viejo pastor. Está enfermo, y cree que ha encontrado el medicamento adecuado en el polvo del pavimento de la iglesia y que toma cada noche disuelto en agua. En la superficie de tierra negra de una majada, una cabra pare un chivo blanco. Las molestias del nacimiento duran sólo unos instantes: sus ojos se abren enseguida, las patas le sujetan ya el peso del cuerpo. La pantalla se llena de esta nueva presencia. El chivo crece, se fortalece, empieza a jugar. El día antes de su primera salida, sin darse cuenta, se queda retrasado respecto al resto del rebaño y se pierde entre la vegetación hasta que, agotado, se deja caer a los pies de un majestuoso abeto blanco. El gran árbol oscila en la brisa de la montaña. El tiempo pasa, las estaciones cambian deprisa, y el gran abeto también. El rumor de su follaje colma el silencio. De improviso, se oye un sonido mecánico. El abeto yace en el suelo. Ha sido mutilado, reducido a su esqueleto: su madera blanca es transformada en carbón a través de la labor tradicional de los carboneros del lugar. La mirada se pierde en el humo de las cenizas.
Le quattro volte podrá verse en los Cines Renoir (C/ Luis Bermejo, s/n), durante los jueves de octubre, en sesiones de 16:15, 18:15, 20:15 y 22:15 horas y a precio reducido (4,50 Euros la entrada normal y 3 Euros para los socios del Club Renoir).
2 comentarios:
cerca, muy cerca, de la obra maestra y aún se está a tiempo, creo, de ir el póximo jueves a los Renoir.
Indudablemente habrá que verla y más después de lo que dices.
Un abrazo
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