Aunque ya comenté el ciclo que el Aula de Cine dedicaba al guionista Waldo Salt con motivo de su comienzo en Huesca, no está de más recordar que hoy lo hace en Zaragoza. Y para empezar nada mejor que un clásico de la comedia: Historias de Filadelfia (The Philadelphia Story, George Cukor, 1940). El guionista principal es Donald Ogden Stewart pero Salt participó sin que su nombre apareciera en los créditos del film. Os dejo unos comentarios del director recogidos por Augusto Martínez Torres en su libro dedicado a George Cukor (Ediciones Cátedra, 1992, pp. 152-154).
“Supuso el brillante retorno de Katharine Hepburn dos años después de ser etiquetada ‘veneno para la taquilla’. Phil Barry había escrito la comedia para ella. No sólo había interpretado el papel de Tracy Lord durante un año en el Shubert Theatre de Nueva York, sino que tenía intereses económicos en la operación.
La película fue un gran éxito. Todos recibimos una nomination, comprendidos Katherine Hepburn y yo, pero los Oscar fueron a parar a James Stewart y al guionista Donald Odgen Stewart.
Donald Odgen Stewart siempre decía que era el trabajo más fácil que había hecho. Había dejado la comedia tal como estaba, sólo la había aireado un poco y añadido la escena de James Stewart en la librería.
Durante una de las representaciones en Nueva York, el productor Joseph L. Mankiewicz había grabado la comedia para que supiésemos qué diálogos hacían reír al público. En realidad esto era bastante absurdo. Debíamos conseguir que las risas vinieran de los gags visuales, dado que el espíritu de Phil Barry era verbal y muchos diálogos complicados la hubiesen hecho demasiado lenta.
Discutí una o dos veces con Katharine Hepburn. Quería llorar en la última escena. Había llorado en el teatro y, con la excepción de Sueños de juventud (Alice Adams, 1935), de George Stevens, siempre había llorado en el cine. Se había convertido en una especie de hábito. Le dije: ‘No creo que te hagamos llorar esta vez.’ Le sentó muy mal, pero trató de hacer lo que yo quería. El resultado fue una escena mucho más fuerte.
Katharine Hepburn estaba perfecta como Tracy Lord. Arrogante, pero sencilla. Dura, pero vulnerable. No se preocupaba de lo que la gente pensaba de ella, debían aceptarla como era u olvidarla. Estuvo mucho más refinada, mejor, de lo que había estado nunca.
Como Katharine Hepburn tenía parte de los derechos de la comedia, en el contrato especificaba que debía hacer su papel en cine. En casos como éste suelen elegir a cualquier otra que no lo haya hecho en teatro. Muy astutamente su contrato también especificaba que los protagonistas masculinos debían ser estrellas. Tratamos de conseguirlas, pero no estaban disponibles y finalmente a Cary Grant y James Stewart. Entonces se consideraba que ninguno había llegado, pero estuvieron perfectos.
El material determina el tempo de actuación. No podía hacerse demasiado deprisa. Para esta gente la conversación era una especie de arte. Constantemente dicen cosas divertidas e incluso son divertidos con sus problemas serios. No puede hacerse como si fuese una situación habitual de comedia. Era una situación muy precisa y debía estar muy atento para que no se me fuese de las manos. Lo más divertido de la interpretación de Katharine Hepburn era su dilema. Cree estar enamorada de tres hombres al mismo tiempo y se comporta como si fuese la situación más importante del mundo.”
Todo el ciclo se desarrollará en el Salón de Actos de la Biblioteca María Moliner de la Universidad de Zaragoza, a partir de las 19:00 horas y con entrada libre.
“Supuso el brillante retorno de Katharine Hepburn dos años después de ser etiquetada ‘veneno para la taquilla’. Phil Barry había escrito la comedia para ella. No sólo había interpretado el papel de Tracy Lord durante un año en el Shubert Theatre de Nueva York, sino que tenía intereses económicos en la operación.
La película fue un gran éxito. Todos recibimos una nomination, comprendidos Katherine Hepburn y yo, pero los Oscar fueron a parar a James Stewart y al guionista Donald Odgen Stewart.
Donald Odgen Stewart siempre decía que era el trabajo más fácil que había hecho. Había dejado la comedia tal como estaba, sólo la había aireado un poco y añadido la escena de James Stewart en la librería.
Durante una de las representaciones en Nueva York, el productor Joseph L. Mankiewicz había grabado la comedia para que supiésemos qué diálogos hacían reír al público. En realidad esto era bastante absurdo. Debíamos conseguir que las risas vinieran de los gags visuales, dado que el espíritu de Phil Barry era verbal y muchos diálogos complicados la hubiesen hecho demasiado lenta.
Discutí una o dos veces con Katharine Hepburn. Quería llorar en la última escena. Había llorado en el teatro y, con la excepción de Sueños de juventud (Alice Adams, 1935), de George Stevens, siempre había llorado en el cine. Se había convertido en una especie de hábito. Le dije: ‘No creo que te hagamos llorar esta vez.’ Le sentó muy mal, pero trató de hacer lo que yo quería. El resultado fue una escena mucho más fuerte.
Katharine Hepburn estaba perfecta como Tracy Lord. Arrogante, pero sencilla. Dura, pero vulnerable. No se preocupaba de lo que la gente pensaba de ella, debían aceptarla como era u olvidarla. Estuvo mucho más refinada, mejor, de lo que había estado nunca.
Como Katharine Hepburn tenía parte de los derechos de la comedia, en el contrato especificaba que debía hacer su papel en cine. En casos como éste suelen elegir a cualquier otra que no lo haya hecho en teatro. Muy astutamente su contrato también especificaba que los protagonistas masculinos debían ser estrellas. Tratamos de conseguirlas, pero no estaban disponibles y finalmente a Cary Grant y James Stewart. Entonces se consideraba que ninguno había llegado, pero estuvieron perfectos.
El material determina el tempo de actuación. No podía hacerse demasiado deprisa. Para esta gente la conversación era una especie de arte. Constantemente dicen cosas divertidas e incluso son divertidos con sus problemas serios. No puede hacerse como si fuese una situación habitual de comedia. Era una situación muy precisa y debía estar muy atento para que no se me fuese de las manos. Lo más divertido de la interpretación de Katharine Hepburn era su dilema. Cree estar enamorada de tres hombres al mismo tiempo y se comporta como si fuese la situación más importante del mundo.”
Todo el ciclo se desarrollará en el Salón de Actos de la Biblioteca María Moliner de la Universidad de Zaragoza, a partir de las 19:00 horas y con entrada libre.
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